viernes, 7 de enero de 2011

El sueño económico de Reagan

En 1985, Ronald Reagan visita España en un contexto histórico: nuestro país abandona poco a poco la transición y en menos de un año será admitido en la Comunidad Europea; mientras tanto, el presidente norteamericano cosecha los mejores éxitos con su Reaganomics. Este contexto deja su huella en la conferencia “Economía y democracia”, que pronuncia en la Fundación Juan March el 7 de mayo.

Su conferencia es una defensa del libre comercio. Llama “destruccionismo” al intervencionismo gubernamental e, invocando al fantasma de la II Guerra Mundial, recuerda las acciones que liberaron al mundo del pozo económico subsiguiente; son, para él, las únicas concebibles si se quiere estimular la economía, y en ellas los gobiernos deben participar lo menos posible. Reagan afirma que, como norma común para todos los países del mundo, el Estado es más un problema que una solución, ya que la burocracia ahoga al sector privado y la iniciativa individual.

Reagan enumera los pilares de su política Reaganomics: firme rebaja de las tasas impositivas máximas ( rebaja general de todas las tasas en casi un 25%); eliminación de regulaciones innecesarias (limitación del papel del Estado y libertad de acción para las empresas, preservando los mecanismos mínimos que eviten que los ciudadanos se queden desprotegidos); reducción del gasto público; el cuarto pilar consistía en llevar a cabo una política monetaria conservadora y de control. Aunque muchos economistas intervencionistas pronosticaron el desastre, afirma, en 1984 EE.UU. experimentó el crecimiento económico más fuerte en treinta años, con resultados incontestables: disminución de la inflación y los tipos de interés, creación de 600.000 empresas cada año y 8.000.000 de nuevos puestos de trabajo.

Lo que Reagan obvia
Al defender o atacar una política económica, la ideología puede nublar la amplitud de miras. La economía es una ciencia social en la que influye un gran número de factores, y Reagan omite algunos aspectos del contexto económico nacional y mundial que también influyeron en este despegue.

Por ejemplo, en ese mismo año se había producido una disminución en el precio del petróleo, lo cual contribuyó a que la demanda aumentara sin fomentar la inflación. Otro factor de influencia fueron las consecuencias indirectas de la propia reducción de impuestos. Ésta no implicó menor carga impositiva para las rentas medias y bajas, sino dejar de penalizar a las altas. Para defender su decisión de eliminar la progresión de los impuestos, Reagan afirma en la Fundación Juan March que esta progresión desanimaba a los ciudadanos a seguir escalando en los peldaños del éxito. Pero como resultado de esta medida, la clase media se vio ahogada por impuestos sobre la renta demasiado elevados. Las rentas con mayores ingresos sufrieron un impacto menor de esta medida, elevando el consumo de alto standing y fomentando la inversión.

Hay que tener en cuenta además que, debido al gran desarrollo armamentístico que el presidente norteamericano había aprobado para enfrentar el poderío de la Unión Soviética, el gasto público había aumentado significativamente. Un gasto público elevado siempre estimula la demanda agregada y, por consiguiente, el PIB de una nación, en consonancia con las teorías más estrictamente keynesianas que inciden en la necesidad de la intervención estatal en la economía. Este aumento contradecía uno de los cuatro pilares del Reaganomics, que consistía precisamente en todo lo contrario: reducir el gasto público.

La cara B del Reaganomics
Al margen del sesgo ideológico que Reagan imprimió a los resultados que estaba obteniendo con sus medidas económicas, hoy podemos ver el vuelo que alcanzó el despegue económico que Reagan promocionaba en su discurso. Si bien algunos parámetros fueron favorables, las consecuencias económicas generales resultaron negativas.

Las tasas de inflación y desempleo, que no habían dejado de aumentar desde 1965, mejoraron sensiblemente. Como consecuencia del crecimiento del PIB (que había pasado de un -0,3% anual en 1980 a un 4,1% en 1988), el desempleo, tras un pico de 9,5% en 1982, descendió en 1989 hasta el 5,2%. En cuanto a la inflación, la tasa del 13,5% de 1980 se había reducido hasta el 4,1% en 1988, debido a las enormes presiones sobre las tasas de interés bancarias.

Gráfico 1

Sin embargo, algunas previsiones del plan económico trazado en 1981 resultaron fallidas: el déficit fiscal, que se preveía cercano al cero para 1986, no dejó de crecer y alcanzó en ese año el mayor dato desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ello fue debido a la ya mencionada naturaleza social de la economía como ciencia: no fue posible prever la fuerte recesión de 1982 ni controlar el gasto público, mientras que los ingresos esperados en 1981 no se llegaron a materializar. En el gráfico 1 se observa además que la inflación no dejó de crecer a partir de 1986, a pesar de la fuerte restricción de la política monetaria. Si bien ésta fue eficaz a la hora de rebajar la elevada tasa inflacionaria de 1980 (13,53%), en el gráfico puede comprobarse lo difícil que resultó dominar este indicador, cuyas tasas en la segunda mitad de la década de los 80 pueden calificarse de insatisfactorios, teniendo en cuenta los grandes esfuerzos económicos realizados en este sentido.

Otros efectos
Las grandes empresas fueron las mayores beneficiadas de la política económica de Ronald Reagan, cuyas medidas favorecían la rentabilidad empresarial. Sin embargo, la producción industrial no dejó de reducirse, siguiendo una tendencia que había comenzado en los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Entretanto, la brecha de la desigualdad económica aumentó significativamente: en 1966, el salario de un directivo era 41 veces superior al de un obrero; en 1988, era 92 veces superior. La reducción subyacente del gasto social (descontando los fuertes desembolsos en carrera armamentística) perjudicó a los grupos de renta baja, que constituyen una gran parte de la población, y el número de estadounidenses por debajo del umbral de la pobreza aumentó en 2,7 millones de personas entre 1980 y 1988.

Así pues, si bien la política económica de EE.UU. en la década de los 80 contribuyó a frenar el deterioro de algunos indicadores económicos, sobre todo en lo que respecta a la inflación, no consiguió paliar otros, como el déficit fiscal, y tampoco logró transformar la estructura económica y social del país.

Por Vanessa Pombo Nartallo

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