Una
de las principales características de los aparatos impositivos latinoamericanos
es la regresividad de sus impuestos: la estructura de los sistemas hacen que se
conviertan en una herramienta que ensancha la desigualdad en lugar de
combatirla. Esta tendencia, que es todo lo opuesto a lo que persigue un sistema
impositivo moderno, es lo que se desprende del análisis de indicadores como el
índice de Gini antes y después de la intervención de los Estados a través de la
política fiscal (ver gráfico).
Como reflejan los datos,
en tres países de América Latina la desigualdad aumenta tras la intervención de
los Estados en la distribución de la renta mediante la imposición y la
aplicación de políticas de gasto público; mientras que en Europa ocurre todo lo
contrario.
Aunque la selección
incluida en este gráfico es de sólo tres países latinoamericanos, la información
de que se dispone indica que esta realidad se extiende a toda la región,
incluyendo al Caribe.
Desde el mundo
desarrollado esto se puede ver como uno de los absurdos más grandes de las
políticas públicas latinoamericanas. Sin
embargo, a la vez es un fenómeno muy complejo y con una enmarañada gama de
causas de distintas índole (económicas, culturales, estructurales…) que han
sido identificadas por muchos estudios.
La regresividad de los
impuestos es, quizás, el tema sobre el que últimamente más han teorizado los
economistas y planificadores sociales de los organismos que se dedican al
estudio de la economía de la región. Sin embargo, la existencia de tanta
literatura en torno a esta realidad no ha simplificado las respuestas. Al
contrario, mientras más se estudia el tema, más complicado se vislumbra, sobre
todo cuando se hace referencia a la viabilidad de aplicar las medidas que
recomiendan organismos como la CEPAL, el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco Mundial.
Éste continúa siendo el
primer gran reto de América Latina en el siglo XXI, que si bien, en términos
generales, se inició en la región con cifras aceptables de crecimiento
económico, no servirá de mucho en términos de desarrollo si este crecimiento no
va acompañado de políticas redistributivas que contribuyan a generar niveles
aceptables de bienestar para la mayoría de la población.
Los expertos, que con
mucha frecuencia difieren en algunos puntos sobre el diseño de las políticas
públicas, están de acuerdo en que es preciso rediseñar los sistemas impositivos
y adecuarlos a las tendencias de la economía moderna. Esto implicará el
fortalecimiento de la recaudación a través de los impuestos a la renta, la
riqueza y los beneficios, en lugar de tener como primera fuente de ingresos
públicos los impuestos sobre el consumo.
Pero esos expertos son
técnicos, no líderes políticos. Aunque diseñen propuestas, no tienen la
capacidad para decidir su aplicación, y aquí es donde nos tocamos de frente con
la falta de voluntad política para emprender seriamente estas reformas, que en
ocasiones tiene que ver con el temor a la pérdida del voto de una parte de su
electorado muy favorecido por estos patrones de desigualdad. Así surge una
barrera muy difícil de salvar. Sobre todo porque los pueblos latinoamericanos
están acostumbrados a que las políticas públicas estén mal orientadas y, desde
tiempos coloniales, se asocian los tributos a medidas puramente coercitivas y
no y no a una responsabilidad adquirida voluntariamente en un contrato social. Es,
por tanto, necesario revertir muchos patrones culturales y de desconfianza en los
estados, así como mejorar el funcionamiento de las instituciones en ámbitos
como el de la democracia y la transparencia, para lograr un consenso del que
resulten cambios importantes en los sistemas tributarios que contribuyan al
sostenimiento de políticas públicas que reduzcan los niveles de desigualdad.
Por Lery Laura Piña
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