miércoles, 17 de marzo de 2010

Lecciones sobre la crisis

La historia económica nos ha enseñado que las etapas de enormes expansiones acaban recalentándose. Sirve de ejemplo el famoso crack del 29. Hagamos un repaso.

Los líderes mundiales firman el final de la I Guerra Mundial. Estados Unidos se impone como líder financiero e industrial y reemplaza a una Europa gravemente herida por el conflicto mundial, que se limitó a la recuperación del continente.

Las masas demandaban avances que soliviantaran sus necesidades, y son satisfechas por el creciente progreso tecnológico que caracterizó al planeta la primera mitad de siglo. El cine, el teléfono, la radio, la música y la alegría general dieron paso a la cultura del ocio. El entretenimiento comienza a ocupar la vida de una recién despertada sociedad que bailaba feliz al ritmo del charlestón. Son los felices años 20.

Surgen las producciones en cadena y el consumismo masivo de la mano de Henry Ford, quien consigue democratizar el automóvil fruto de una política basada en salarios altos y precios bajos. Había nacido la sociedad del consumo.

La economía subía como la espuma, y los economistas se frotaban las manos. Se obtenían beneficios fáciles y rápidos. Pero este ingente incremento motivó demasiado a los inversores del momento. La loca especulación bursátil generó un incremento del endeudamiento y dinamita para la economía mundial del momento.

Aquel año demostró que tanta expectativa económica ante unos tipos de interés tan bajos provoca que la gente invierta sin control y termina por crearse la temible burbuja. Una bola que no para de inflarse e inflarse…Hasta que pincha.

La bomba que se empezó a fabricar durante los primeros meses del 29, tuvo su detonante el 24 de octubre, en el llamado Jueves Negro. Las acciones desplomaron su precio dramáticamente. Multitud de inversionistas vieron cómo su dinero se volatilizaba en cuestión de horas y los bancos no tenían solvencia para reembolsar todo el dinero de los desconfiados ahorradores. Nació así la Gran Depresión, que no otearía un final seguro hasta la implantación del New Deal de Roosevelt.

Esto ocurrió hace 80 años y vuelve a suceder ahora, con una crisis que ha gangrenado por todos los sectores y territorios económicos del globo.

La famosa pregunta vuelve a llamar a la puerta. ¿Qué o quién ha tenido la culpa? Unos acusan a la desproporcionada especulación que experimentó la vivienda pocos años atrás, sobre todo en EEUU pero también aquí. Otros dicen que el problema viene “de fuera”, motivada por los altos precios de las materias primas, una elevada inflación planetaria y una desconfianza general en los mercados. Pero no podemos tomar el todo por la parte, sino formar un puzzle en el que cada pieza tiene su parte de culpa.

Y los problemas vertebrales de la crisis deben sumarse además a la despreocupada y pasiva actitud de los políticos y economistas mundiales.

Paul Krugman enunció -en su artículo “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”- que entre los economistas había una creencia general de que las burbujas no tenían lugar, y que por lo tanto, no se tomaron prácticamente medidas ante un posible malestar económico. Se limitaban a reírse de los que se atrevían a augurar tiempos oscuros, como le pasó a Keynes a principios de siglo. Simplemente nadie se lo creía, nadie lo pudo prever…hasta que pasó.

Si de algo nos sirve la historia es para conocer los errores del pasado, para no volver a cometerlos en el presente. De una manera u otra, el pasado nos ha dado lecciones que no hemos sabido aprender en conjunto. Esperemos que la lección que demos nosotros sí se la aprendan las generaciones futuras, que hoy observan, desde el carrito o en las aulas, cómo unos señores de traje que sonríen a la pantalla buscan fórmulas comunes para crear la ansiada vacuna anticrisis.

Por Manuel Sueiro, estudiante de grado en Periodismo en la URJC

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